domingo, 20 de noviembre de 2016

La violencia doméstica

Chanson douce empieza por el final de la historia. Una escena particularmente atroz inaugura el libro: un bebé muerto, una niña agonizante, una madre aturdida, y una niñera –la autora del crimen– que falló al intentar suicidarse. Tres páginas impactantes, un primer capítulo estridente. Sin embargo el resto de la novela no posee la misma contundencia, ya que espiralea y espiralea hasta diluirse en letra muerta.  

La historia es protagonizada por un joven matrimonio parisino de buenos ingresos. Paul y Myriam Massé son dos jóvenes que se aman el uno al otro, y como fruto de ese amor han engendrado a dos bellos niñitos: Mila y Adam. Sin embargo Myriam empieza a sentir que le falta algo en su vida: mientras él progresa en su empleo y comienza a ganarse la admiración de sus compañeras de trabajo, ella se da cuenta de que su existencia como ama de casa la ha hastiado. Así un viejo compañero de la universidad la encuentra y le ofrece un trabajo en su estudio de abogados, el cual acepta pese a la reticencia de su marido (Myriam es una graduada de la carrera de abogacía, pero su título está encajonado desde que optó por dedicarse a criar a sus hijos a tiempo completo). Debido a esto la pareja se ve obligada a buscar a una niñera.

Como a cualquiera que le ha tocado tener que escoger una empleada doméstica, el matrimonio de Paul y Myriam se enfrenta a una gran cantidad de opciones, una más dudosa que la otra. Finalmente aparece Louise, una rubia mujer salida de un cuento de hadas (no como las filipinas, o las marfileñas, o las marroquíes que entrevistaron antes).

Magistral con los niños, Louise demuestra también ser excelente para la administración del hogar y deslumbra a todos con sus habilidades de cocinera. Siempre disponible y bien predispuesta, en poco tiempo se gana el amor de toda la familia, que la incorpora como a una más de los suyos y la consagran indispensable para el funcionamiento de la casa en la que habitan.

La historia, sin embargo, tiene sus momentos obscuros: Louise empieza poco a poco a manifestar un comportamiento errático, que a los patrones les cuesta identificar y admitir dado el grado de inserción que ella tiene en sus vidas. Como el lector ya conoce el desenlace, se comprende que esos episodios son los momentos que anuncian el desastre, más allá de que los personajes aún lo ignoren.

Como no podía ser de otro modo, en un momento lectores y protagonistas se enteran de que Louise es una mujer que vive a la deriva desde hace años y que es madre de una hija de la que no sabe ni en dónde está. Ello deja en evidencia que lo de la niñera no era más que una actuación para su salvación personal. ¿Acaso alguien puede tardar en darse cuenta de que ese tipo de vínculo no puede prolongarse demasiado en el tiempo? Pues Paul y Myriam aparentemente si.

Chanson douce no es un thriller, ya que el suspenso está ausente. Ciertamente Leïla Slimani se ocupa de darle a su narración una atmósfera de tensión, usando muchas frases cortas y conjugadas en presente, pero eso no alcanza para que la novela sea un thriller. Yo diría, más bien, que se trata de esa literatura negra en la que un hecho policial es contextualizado lo suficiente como para que se lo comprenda como el fruto de un universo de miseria y sufrimiento en el que sólo los más fuertes sobreviven.

A lo largo de Chanson douce se contempla la alienación mental y social que padece Louise. Y la interrogación en un caso como este es siempre la misma: ¿cuál de los dos tipos de alienación es anterior a la otra? Para Slimani no hay dudas: son las marcas de la exclusión social las que empujan a Louise hacia la locura homicida. Por eso ella no es más que una víctima. El relato está construido de tal manera que el lector no pueda cultivar sentimientos negativos hacia la homicida. La abominación ya ha ocurrido en la primera página, y en la última se muestra a Louise preparando la tragedia casi con inocencia. La escena de los crímenes aberrantes no aparece de manera explícita a lo largo de la novela, quizás porque no hace falta, o quizás porque esa imagen arruinaría la tesis de Slimani.

Considerar a la miseria social de una psicópata como la excusa de su demencia, es avalar la cultura de la excusa. Es atribuirle a la sociedad la responsabilidad de las perturbaciones mentales de sus individuos. Sin embargo esto no es nuevo en Francia.

Oficialmente, Chanson douce está inspirada por el homicidio de los hermanos Krim en Nueva York, a manos de su niñera dominicana Yoselyn Ortega en el año 2012. Sin embargo en la historia de Slimani retumba el eco de las hermanas Papin.

Christine y Léa, las hermanas Papin, eran dos mucamas que en 1933 asesinaron brutalmente a su patrona y su hija (no sólo les arracaron los ojos con sus propias manos, sino que además las mutilaron con cuchillos como si fuesen los conejos de una cena). El caso conmocionó a Francia, sobre todo cuando se supo que no había un móvil claro para los crímenes: las mujeres no eran esclavizadas por las patronas y ellas, tras muchos años de servicio, habían acumulado el dinero suficiente como para dejar sus vidas de sirvienta y convertirse en comerciantes. ¿Entonces? Quizás en otra época, el diagnóstico hubiese sido “posesión demoníaca”, pero esa explicación no estaba a la altura del siglo XX galo. Así que todo el mundo empezó a especular y el Caso Papin se convirtió en un mito cultural.

Desde la prensa progresista, desde la revista Détective y el diario L’Humanité, alucinaron que el crimen era un episodio –quizás el primero de muchos– de aquella lucha de clases sobre la cual Marx había profetizado que indefectiblemente se desencadenaría en el mundo, una vez que el proletariado hubiese alcanzado sus últimos límites de tolerancia a la explotación. Algo así como una microrrevolución (algo que Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir tratarían de justificar a su modo). Los surrealistas, ya para esa época no tan revolucionarios sino cada vez más decadentistas, trataron de explicar el Caso Papin como un brote de demencia, contrariando la opinión de los peritos médicos que trataron a las hermanas y que aseguraron que no padecían de ninguna psicopatología. Sin embargo la novedad surrealista fue que a la locura de las Papin no se la atribuyeron a su herencia genética o a su constitución fisonómica, sino a causas externas. Paul Éluard, Benjamín Péret y René Crevel explotaron esa idea para sostener algo así como que el deplorable estado mental de las Papin era consecuencia de lo que los diversos Amos (la madre tiránica, los crueles orfanatos, etc.) que encontraron a lo largo de su vida hicieron sobre su estructura psíquica. Esa tesis estaba sustentada en el trabajo que un joven psiquiatra parisino había realizado, un joven llamado Jacques Lacan.

El Caso Papin ayudo a forjar el lacanismo, al punto tal que Jean Allouch, Erik Porge y Mayette Viltard –usando el seudónimo “Francis Dupré”– elaboraron el monumental La « solution » du passage à l'acte : le double crime des sœurs Papin (1984), para probar que la explicación del doble homicidio apelando a la idea de la venganza ante la explotación –versión que había sido de alguna manera canonizada por Paulette Houdyer en su libro Le diable dans la peau (1966)– era vaga y errónea frente a la interpretación que Lacan hizo de lo que Jean-Pierre Falret y Charles Lasègue llamaron “folie à deux” a fines del siglo XIX (Michel Dubec, unos 15 años antes de caer en la ignominia, avaló la explicación de Lacan mientras oficiaba como el perito experto en psiquiatría del equipo de jueces que revisaron el Caso Papin en la década de 1990). Del mismo modo, la historia de las Papin sirvió de inspiración de la sátira dramática Les Bonnes (1947) de Jean Genet, y de las películas Les abysses (1963) de Niko Papatkis, La ligature (1979) de Gilles Cousin, La cérémonie (1996) de Claude Chabrol y Les blessures assassines (2000) de Jean-Pierre Denis.

Este año la psicóloga Isabelle Bedouet publicó el libro Le crime des sœurs Papin. Les dessous de l’affaire a través de la editorial Imago. Bedouet no niega que los detalles más sórdidos del caso sean reales (por ejemplo no niega que pudo haber existido una relación incestuosa entre las hermanas), pero intenta explorar más en profundidad algunos aspectos laterales para ver si de esa manera encuentra una nueva explicación a los sucesos. Su hipótesis, entonces, es que Monsieur Lancelin, el marido y padre de las víctimas, era un estafador que posaba de banquero respetable; a ello las Papin lo sabían, y –furiosas de tener que observar la hipocresía de sus empleadores– se pusieron en justicieras, masacrando a lo que Lancelin más quería. A eso habría que sumarle el abuso verbal y hasta físico que las Papin habrían sufrido por parte de sus empleadores (que incluso llevó a que se pelearan con su madre, quien les habría sugerido que dejasen sus empleos al verlas psicológicamente descentradas), el fuerte impacto que les causó y la larga obsesión que las hermanas cultivaron con un asesinato similar que ocurriese poco antes en un hogar campesino no muy lejano a Le Mans, y la psicosis no-sé-cuanto que Jacques-Alain Miller detectó que existía y que aparentemente habría padecido Léa Papin (en el relato oficial Léa sólo siguió órdenes de Christine, quien sería la más desequilibrada de las dos, muriendo en prisión en 1937 a causa de la inanición, cual Simone Weil). Todo eso demostraría que las Papin no mataron por matar, ni que mataron para combatir la opresión y/o la represión, sino que mataron porque una serie de circunstancias se juntaron hasta hacerlas explotar.  

¿Por qué he hablado de las hermanas Papin si este texto pretende ser una reseña sobre la novela que ganó el Premio Goncourt de este año? Porque sospecho que sin esas mujeres –y sin Lacan, Sartre, Houdyer y Dubec– el libro no impactaría a nivel inconsciente como debe de haber impactado en los que lo eligieron como ganador del galardón más importante de las letras francesas. Si mi explicación no sirve, entonces será otro misterio como el de las hermanas Papin.

* Slimani, Leïla. Chanson douce. Gallimard, París, 2016, 18 €

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