Laëtitia ou la fin des hommes, novela
firmada por el historiador y periodista Ivan Jablonka, obtuvo la edición 2016
del Premio Médicis, uno de los galardones literarios más prestigiosos de
Francia (también el diario Le Monde, en nombre suyo, le otorgó el premio a la mejor novela del año). Algo curioso sobre esta obra es que resulta evidente que el libro no
ha sido leído correctamente: si se consultan las reseñas de los críticos, se
nota de inmediato que lo entendieron como un esfuerzo por presentar una noticia
policial preservando su naturaleza de noticia policial, vale decir, los
críticos de Francia, casi todos ellos, leyeron Laëtitia ou la fin des hommes como el
recuento de un acontecimiento siniestro, que súbitamente se insertó en una
sucesión de eventos penosos. Así este microhecho habría producido una pesada
masa de realidad fantasmagórica que se impuso sobre el Hexágono a través de los
medios masivos de comunicación, sólo para esfumarse un poco más tarde y
permitir con ello que lo similar reaparezca una y otra, y otra, y otra vez. En
la mirada de los críticos, la novela de Jablonka comparte un destino similar al
acontecimiento sobre el cual se construye: se ha instalado como un suceso relevante
del presente, y luego la memoria se ocupará de barrerlo hacia el cesto de
basura cuando pasen los meses.
¿Pero de
qué habla la novela? Básicamente es un relato y una reflexión sobre un
homicidio: el de Laëtitia
Perrais, asesinada en terribles circunstancia durante la noche del 18 al 19 de
enero de 2011 en Nantes. Más allá de las apariencias recreativas e impactantes
del hecho policial, Jablonka se ocupa de implantar ese episodio en el contexto
de una larga historia que poco tiene que ver con la brevedad ilusionista e iterativa
con la que se fabrican las crónicas rojas. Dicho de otro modo, lo que Jablonka
intentó hacer es rechazar la tiranía de la casualidad –con su temporalidad
sucinta y aproximativa– a favor de una historia temporalmente agigantada, que
no se deja embelezar por los caprichos y azares. Pero los cretinos que se
supone que debían destacar este tipo de cosas fallaron… como habitualmente lo
hacen.
El problema es que para los mandarines de la cultura francesa
Laëtitia Perrais no es más que una mujer que les limpia el departamento o les
lleva el café a la oficina. De ese modo, para ellos Jablonka es un mero fisgón,
que se ha inmiscuido en las intimidades del Caso Perrais para hacer de
inquisidor y mistificador. Y eso les encantó. Empero Laëtitia ou la fin des
hommes es
más bien el libro de un historiador que ha sabido desaparecer detrás del objeto
que aborda, y que ha sacado a la superficie no el cuerpo desmembrado de la
víctima que tanto escandalizó a la prensa, sino el sombrío brillo de una
existencia desdichada y su trituración despiadada por una cantidad obscena de
dispositivos comunicacionales. El éxito comercial de este libro es, por tanto,
algo embarazoso, puesto que sus nobles intenciones han quedado eclipsadas por
los amantes del chisme y de los fetichistas de la sangre.
La recepción bochornosa de Laëtitia ou la fin des hommes
les ha permitido a muchos concebir un abusivo parentesco entre la obra de
Jablonka y Le disparu, un libro deliberadamente grotesco de Anne-Sophie Martin que salió a la
venta más o menos por la misma fecha que Laëtitia ou la fin des hommes. El texto de Martin versa
sobre el Caso Dupont de Ligonnès, ocurrido también en la región de
Nantes durante el 2011, pero protagonizado por una familia de raíz
aristocrática, o sea a la inversa del Caso Perrais. Los periodistas amantes de
las coincidencias, con su idiotez habitual, quisieron por ello ver en los Casos
Perrais y Dupont de Ligonnès las dos caras de una misma moneda, y a Jablonka y
Martin ahora los piensan como si fuesen dos gemelos, completamente
indiscernibles el uno del otro. De más está decir que los libros, en lo
esencial, no se parecen en nada (del mismo modo que los crímenes que los
motivaron tampoco se vinculan de modo alguno).
Para
empezar en ningún momento se aprecia en Jablonka la intención de escribir una
historia de suspenso maquillada con tripas e intestinos. Por el contrario, su
esfuerzo se basa en idear un método que le permita trascender la instantaneidad
del caso policial, con el propósito de extraer del mismo lo impensado y lo
invisible. Frente a la habitual exposición del episodio sangriento como un
espectáculo, está el intento de examinarlo como un objeto que nos permite
entrever el escenario social detrás del sórdido suceso (pero no para
presentarlo como un “historia de interés”, habitual delicia de la prensa
perezosa y amarillista que pretende que el receptor se identifique con la
víctima que tiene en frente, sino para exponerlo en su cruda realidad).
Para no
caer en el sensacionalismo, Jablonka decodifica el Caso Perrais en tres etapas:
primero se trata de comprender el
caso, descubriendo sus ramificaciones más íntimas y revelando las lagunas de lo
callado; luego es importante examinar
el caso, pero examinarlo con una amplitud ocular generosa, la cual permita
observar los eventos como situaciones que desbordan un territorio determinado y
que no sólo involucran a un conjunto de individuos específicos; y finalmente se
debe disipar el caso, lo que
significa ir más allá del fallecimiento horrible de la víctima y restituirle a los
damnificados toda la densidad de sus antecedentes existenciales. Al reunir esas
tres condiciones, el hecho policial se convierte en una historia objetivamente
aumentada, que no nos informa sobre un demente asesinando a una mujer, sino
sobre personas aterradoramente humanas y la sociedad en la que viven.
Todas las precauciones que toma Jablonka para presentar el
Caso Perrais son la huella evidente de su formación como historiador, miembro
puntualmente de la tradición historiográfica de Marc Bloch. El énfasis en el
método, le permite a Jablonka evitar caer en la arrogancia del sabio y en la
soberbia del juez. Como historiador, el autor se posiciona a una respetable
distancia de esos penosos impulsos: prudente en cuanto a sus progresiones y
lúcido en cuanto a sus límites, el historiador trata de no ceder ante la
tentación del subjetivismo (omitiendo sus ansiedades políticas y honrando así a
los protagonistas de los acontecimientos).
Jablonka entonces presenta al Caso Perrais con una
neutralidad ejemplar. Su novela deja dudar de lo que es dudoso y provee al
lector de muchos elementos útiles para la comprensión de la situación, sin caer
en el desarrollo de largas disertaciones superfluas. Los capítulos abordan de
punta a punta a los acontecimientos y a los involucrados en el caso, con una
imparcialidad característica, recogiendo testimonios que van dando peso y forma
a la historia –sin embargo el narrador no se ocupa mucho de Tony Meilhon, el
homicida, probablemente porque su infatuación y sus mentiras necesitarían ser
revisadas en un libro aparte. He ahí entonces la intención del libro:
reconstruir la vida de Laëtitia Perrais, pero no de aquella Laëtitia Perrais que,
para Francia, nació con su muerte desde los medios masivos de comunicación a
sólo fin de regocijar a la chusma impresionable, sino de aquella Laëtitia
Perrais a la que le arrebataron su dignidad junto a su vida.
El “fin de los hombres” que menciona el título remite, por un
lado, al actual descenso a las tinieblas que experimenta una humanidad que se
niega a sí misma, y, por el otro lado, remite también al lento crepúsculo de un
modelo societal patriarcal tan corrompido que ya resulta más destructivo que
productivo. A lo largo de su difícil vida, Laëtitia fue manipulada por la
“garra masculina”. Empero ella osó decirle “no” a la ley de Tony Meilhon, “no”
al decreto del matón que quiere que su pene entre en la boca de la mujer. Y por
ello pagó con su vida.
En la autopsia, los médicos sólo detectaron la presencia de
líquido prostático en Laëtitia, pero no de semen, hecho que explicaría al
homicidio como fruto de una frustración, develando así la naturaleza fundamentalmente
misógina del crimen. Para Meilhon la muchacha no era más que una zorra entre
otras, un levante más, una muñeca inflable de carne que tenía que utilizar
hasta donde fuese posible.
Junto a ese acto de violencia real, Jablonka aborda también
la violencia simbólica, pues la novela no sólo describe el desmembramiento
físico que sufrió Laëtitia por parte de su agresor, sino que también hace lo
mismo con el desmembramiento metafísico que los periodistas chacales y los
políticos oportunistas hicieron con ella. La novela busca denunciar que todos
los aspectos de aquello que Laëtitia fue a lo largo de su vida terminaron
ocultados por la expansión indecente de su muerte, lo que terminó por
invisibilizar el lamentable sufrimiento de los pobres y la repudiable violencia
contra las mujeres que resultan parte del paisaje cotidiano de la Francia del siglo XXI.
El Caso Perrais fue tema central de la prensa francesa
durante cinco semanas consecutivas, debido a que su cadáver permaneció
extraviado desde el 1º febrero de 2011 hasta el 9 de abril de ese año: la
policía encontró primero la cabeza y las extremidades en un estanque de las
afueras de Nantes, y más tarde encontraría el resto del cuerpo en otro estanque
lejano. A raíz de esa demora, el duelo de los familiares de Laëtitia fue
nacionalizado. Todo el mundo se sintió con la obligación de opinar sobre el
tema, y por ello tanto Nicolas Sarkozy como Gilles Patron y Franck Perrais
asumieron patéticamente el rol de padre de una mujer que jamás en su vida gozó
de la suerte de tener una figura paterna auténtica. Franck Perrais, un hombre
con un pasado judicial pesado, fue rápidamente descartado por los mediócratas
franceses, pero Patron (el padre adoptivo de Laëtitia) y Sarkozy (el padre
adoptivo de la República )
se convirtieron en los paradigmas mediáticos de quienes reclaman el fin de las
injusticias –de Patron más tarde se sabría que el sujeto violó a Jessica, la
hermana gemela de Laëtitia, y que probablemente abusó de Laëtitia y de otras
mujeres que habrían estado bajo su custodia, mientras que de Sarkozy se supo,
bueno, que es Sarkozy.
Para Jablonka, Laëtitia padeció una triple injusticia: una infancia
excesivamente violenta con un padre biológico que abusó de su madre y un padre
adoptivo que abusó de ella, una muerte espantosa a manos de un cruel psicópata,
y la metamorfosis de su vida en crónica policial y en causa política.
Se comprende que esa acumulación de calamidades haya podido
excitar a los espíritus mediocres y haya fascinado a los periodistas, pero en contramano de ese espectáculo de terror, Jablonka rinde homenaje a Laëtitia,
sabiendo descubrir la alegre voz que la víctima supo tener entre un mar de tristezas y de
infortunios.
* Jablonka, Ivan. Laëtitia ou la fin des homme. Seuil, París, 2016, 21 €
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