Trois souvenirs de ma jeunesse es un ejercicio literario de Arnaud Desplechin desplegado
sobre el celuloide. Esto es lo que fascina tanto a los críticos de cine y lo
que les cuesta tanto explicar. La historia empieza con Paul Dedalus, el antropólogo
que protagoniza Comment je me suis
disputé... (ma vie sexuelle), que deja Tayikistán para retornar a Francia. Y, mientras lo hace, los recuerdos se apropian de él.
La película está dividida en tres
partes: una breve sobre su infancia poblada por la locura de su madre y el
peculiar carácter de su hermano, el relato de una anécdota de una viaje a la URSS en donde intuitivamente se
convierte en un colaborador de la disidencia de la dictadura comunista, y la historia de su amorío
adolescente con Esther.
En Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle) la idea de Desplechin es apropiarse del famoso personaje joyceano de Stephen Dedalus para ubicarlo a mediados de la década de
1990. Este Dedalus francés, en el fondo la misma deformación de Hamlet que su par irlandés, encuentra que ya no es tan ajeno al
mundo, pero aún así no puede evitar fallar y caer al suelo cuando creyó que podía
volar.
Trois souvenirs
de ma jeunesse intenta explicar por qué Dedalus terminó de esa manera. La
historia, por tanto, se trata de acerca de las encrucijadas y la elección de
caminos que uno pudo haber tomado y que, sin embargo, no tomó. Es decir la
historia es acerca del destino.
Todo el tiempo se aprecia un doble juego emocionante:
al estar la cinta protagonizada por jóvenes, se ve cómo ellos se esfuerzan para
imitar a sus mayores (es impresionante ver cómo Quentin Dolmaire, el Dedalus adolescente,
se preocupa por devenir Mathieu Amalric, el Dedalus adulto), al mismo tiempo
que le dan el tono deliberadamente ficcional a la película. Porque un relato sobre el destino
no puede más que ser una fábula donde los hilos están a la vista pero en donde no hay titiritero alguno detrás, en donde la realidad y la ficción están tan
confundidas que ya no importa si hay que creer o no creer en lo que está
viendo, sólo es necesario vivirlo.
Cuando Paul y Esther se separan –ya que al muchacho le
toca irse a estudiar a París–, los amantes se obligan a escribirse y a hablarse
por teléfono. Como no gozan ambos de la misma realidad, como cada uno ha
ingresado en un mundo aparte, se ven forzados a verbalizar sus sentimientos,
que es lo que da nacimiento a la literatura (especialmente a la poesía), y la
relación alcanza un nivel asombroso de pasión y conflictividad, lo que explica
después por qué el Paul adulto siente lo que siente ante la Esther adulta a la que
decide abandonar en la otra película.
Aunque en un momento los protagonistas ven cómo cae el
Muro de Berlín –lo que vendría a ser también, por un asunto emocional, el
momento irreversible en donde la niñez concluye para siempre–, la verdad histórica
no interesa en Trois souvenirs de ma jeunesse
(como si interesaba en Comment je me suis
disputé... (ma vie sexuelle)). Lo que importa aquí es ese intercambio de
ficción y realidad, la idea de que la vida real es de por si una película en
donde el amor más inverosímil ocurre todo el tiempo.
A la obra de Desplechin le negaron el César como Mejor
Película del 2015, porque en épocas de corrección política y debate sobre la
inmigración masiva de musulmanes a Europa la ganadora tenía que ser Fatima. De todos modos ello no evita que
la película haya ganado, ya, su lugar en los mejores estantes de la cinemateca
francesa.
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