Observad qué tan simple es resumir
Boussole, la obra de Mathias Énard
que ganó el Goncourt de este año: recuerdos amorosos sobre un fondo de erudición
melancólica.
Ahora bien, los “recuerdos
amorosos” son tan escasos y la “erudición melancólica” es tan desbordante, que
muchos juzgarán como más justo decir que Boussole
es un ejercicio de erudición melancólica interrumpido por recuerdos
amorosos.
Sea como sea, la historia –o la
excusa del texto– versa sobre Franz Ritter, un musicólogo austriaco afectado
por una enfermedad posiblemente terminal, que, durante una noche de insomnio en su hogar de
Viena, rememora sus viajes a Estambul, Damasco, Alepo, Palmira y Teherán, tentado por el opio y repasando las obras de los grandes compositores de piezas
musicales occidentales y de los historiadores abocados al estudio del mundo
oriental. En esa marea mental aparece una y otra vez Sarah, el gran amor de
Franz, una suerte de personaje alegórico que encarna lo mejor de los dos mundos,
y que funciona como el hilo de Ariadna de la narración.
Muchos han criticado la forma del
libro: no es una novela sino más bien un ensayo. Para justificar esa observación
sostienen que la sobreabundancia de información desorienta a alguien que se
acerca a la obra esperando una ficción en lugar de uno de esos “diccionarios amorosos”
de la editorial Plon. Es que Énard casi no desaprovecha la oportunidad para
hacer una referencia o una alusión literaria, musical, pictórica, histórica o
política en cada oración que escribe. Hay, claro, fugaces episodios
apasionantes, atmósferas interesantes, anécdotas curiosas (como cuando menciona
que un guardia de seguridad de un museo en Irán permanece fiel a Hitler varias
décadas después del deceso del Führer), pero el resto del tiempo se asiste a
una cuestión enciclopédica que usualmente resulta abrumadora dado el carácter
heteróclito de las confesiones.
La intención del autor, según
parece, es demostrar con eficacia y solidez que Occidente y Oriente tienen una
historia común. No es un secreto que muchos occidentales se han visto
fascinados por el misterio de la cultura oriental: Énard quiere probar que ese
fenómeno no fue un mero capricho de un puñado de individuos excéntricos, sino un
desarrollo inevitable. La tesis del libro, entonces, es que Occidente necesitó
de Oriente para construir su identidad y viceversa (idea muy difundida y que se
coloca exactamente en la otra orilla de lo que defiende Sylvain Gouguenheim en
su Aristote au mont Saint-Michel).
La prosa de Énard es poco amable
con el lector. Las frases, la mayor parte de las veces y casi sin necesidad, se
demoran de modo impiadoso. La puntuación no parece tampoco ser el fuerte del
autor: demasiadas comas, escasez de puntos y ausencia casi total de signos de
interrogación. Algunas imágenes bien logradas brotan de tanto en tanto, no como
un oasis en medio del desierto, sino más bien como un claro en medio de una
tumultuosa selva de arabescos. La verbosidad de Énard pretende dejar algún tipo
de lección de tolerancia, pero en realidad sólo permite archivar datos.
Boussole se inscribe en una tradición de obras donde la acción y la
intriga son secundarias o nulas, y lo que importa son las observaciones,
sentenciosas y playas, que expresan una melancolía borrosa. Alguno de esos
cagatintas de siempre no se sonrojó al decir que el libro era una reescritura
de Las mil y una noches, pero no hay
que ser un experto para entender que a Sherezade le interesa la cultura del
Oriente Próximo mucho más que a Franz (quien al parecer no puede evitar dejarse
absorber por la civilización oriental y no por su cultura, la cual lo termina
por aprisionar entre los estantes de la biblioteca).
Creo que lo de Énard es una
cuestión egoísta. No es un insulto ingenioso decir que el insomnio de Franz
resulta soporífero para aquel que no sea Franz, del mismo modo en que no es una
apreciación errónea decir que escribir Boussole
debe ser una experiencia mucho más gratificante que leerla. Énard, lo sospecho,
no corrige lo que escribe. Sólo se sienta frente a la hoja en blanco y deja que
las palabras fluyan, como si la espontaneidad fuese una virtud en literatura. Por
ello habitualmente lo tildan de “ambicioso”.
Un libro como este, en una
Francia como la de ahora, estaba destinado a ganar algo como el Goncourt.
* Énard, Mathias. Boussole. Actes Sud, París, 2015, 22 €
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