viernes, 20 de noviembre de 2015

En busca del Este perdido

Observad qué tan simple es resumir Boussole, la obra de Mathias Énard que ganó el Goncourt de este año: recuerdos amorosos sobre un fondo de erudición melancólica.

Ahora bien, los “recuerdos amorosos” son tan escasos y la “erudición melancólica” es tan desbordante, que muchos juzgarán como más justo decir que Boussole es un ejercicio de erudición melancólica interrumpido por recuerdos amorosos.

Sea como sea, la historia –o la excusa del texto– versa sobre Franz Ritter, un musicólogo austriaco afectado por una enfermedad posiblemente terminal, que, durante una noche de insomnio en su hogar de Viena, rememora sus viajes a Estambul, Damasco, Alepo, Palmira y Teherán, tentado por el opio y repasando las obras de los grandes compositores de piezas musicales occidentales y de los historiadores abocados al estudio del mundo oriental. En esa marea mental aparece una y otra vez Sarah, el gran amor de Franz, una suerte de personaje alegórico que encarna lo mejor de los dos mundos, y que funciona como el hilo de Ariadna de la narración.

Muchos han criticado la forma del libro: no es una novela sino más bien un ensayo. Para justificar esa observación sostienen que la sobreabundancia de información desorienta a alguien que se acerca a la obra esperando una ficción en lugar de uno de esos “diccionarios amorosos” de la editorial Plon. Es que Énard casi no desaprovecha la oportunidad para hacer una referencia o una alusión literaria, musical, pictórica, histórica o política en cada oración que escribe. Hay, claro, fugaces episodios apasionantes, atmósferas interesantes, anécdotas curiosas (como cuando menciona que un guardia de seguridad de un museo en Irán permanece fiel a Hitler varias décadas después del deceso del Führer), pero el resto del tiempo se asiste a una cuestión enciclopédica que usualmente resulta abrumadora dado el carácter heteróclito de las confesiones.

La intención del autor, según parece, es demostrar con eficacia y solidez que Occidente y Oriente tienen una historia común. No es un secreto que muchos occidentales se han visto fascinados por el misterio de la cultura oriental: Énard quiere probar que ese fenómeno no fue un mero capricho de un puñado de individuos excéntricos, sino un desarrollo inevitable. La tesis del libro, entonces, es que Occidente necesitó de Oriente para construir su identidad y viceversa (idea muy difundida y que se coloca exactamente en la otra orilla de lo que defiende Sylvain Gouguenheim en su Aristote au mont Saint-Michel).

La prosa de Énard es poco amable con el lector. Las frases, la mayor parte de las veces y casi sin necesidad, se demoran de modo impiadoso. La puntuación no parece tampoco ser el fuerte del autor: demasiadas comas, escasez de puntos y ausencia casi total de signos de interrogación. Algunas imágenes bien logradas brotan de tanto en tanto, no como un oasis en medio del desierto, sino más bien como un claro en medio de una tumultuosa selva de arabescos. La verbosidad de Énard pretende dejar algún tipo de lección de tolerancia, pero en realidad sólo permite archivar datos.

Boussole se inscribe en una tradición de obras donde la acción y la intriga son secundarias o nulas, y lo que importa son las observaciones, sentenciosas y playas, que expresan una melancolía borrosa. Alguno de esos cagatintas de siempre no se sonrojó al decir que el libro era una reescritura de Las mil y una noches, pero no hay que ser un experto para entender que a Sherezade le interesa la cultura del Oriente Próximo mucho más que a Franz (quien al parecer no puede evitar dejarse absorber por la civilización oriental y no por su cultura, la cual lo termina por aprisionar entre los estantes de la biblioteca).

Creo que lo de Énard es una cuestión egoísta. No es un insulto ingenioso decir que el insomnio de Franz resulta soporífero para aquel que no sea Franz, del mismo modo en que no es una apreciación errónea decir que escribir Boussole debe ser una experiencia mucho más gratificante que leerla. Énard, lo sospecho, no corrige lo que escribe. Sólo se sienta frente a la hoja en blanco y deja que las palabras fluyan, como si la espontaneidad fuese una virtud en literatura. Por ello habitualmente lo tildan de “ambicioso”.

Un libro como este, en una Francia como la de ahora, estaba destinado a ganar algo como el Goncourt.

* Énard, Mathias. Boussole. Actes Sud, París, 2015, 22 € 

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