jueves, 15 de diciembre de 2011

Las edades de Lolo

Un crisol de rock

El verano de 1977 fue inolvidable para Laurent Voulzy. Tras quince años de duro trabajo en el campo de la música, por fin el éxito lo alcanzó en aquel momento. Su canción “Rockollection” lo puso en boca de todos, pero no sólo en Francia sino también en buena parte del mundo.

El principal mérito de “Rockollection” es su ingeniosidad. La canción tiene una melodía bastante simple, pero son sus letras lo que la destacan: contando las triviales aventuras de un joven a quien le obligan a cortarse el pelo o a vacacionar en Saint-Malo junto a sus padres al mismo tiempo que se entretiene jugando al futbolín y fantaseando (como el enunciador de “Breakfast in America” de Supertramp) con viajar a EEUU para devenir una estrella del rock, es decir narrando la historia de alguien que vivió el final de su adolescencia en el segundo lustro de la década de 1960, la canción incluye pequeños fragmentos de otras muy reconocidas obras. Así se escucha el coro de “The loco-motion” de Little Eva, el de “A hard day’s night” de The Beatles, el de “I get around” de The Beach Boys, el de “Gloria” de Them, el de “Satisfaction” de The Rolling Stones y el de “California’ dreaming” de The Mamas & the Papas entre otros, mientras las imágenes de la biografía de un francés común y corriente se suceden una tras otra.

La canción es deliberadamente larga, pues dura un poco más de once minutos y medio. En su momento, en aquella época en donde los tocadiscos aún no habían sido obsoletizados por los pasacassettes, tranquilamente uno podía poner a sonar “Rockollection” y bailar despreocupadamente durante un sexto de hora, sabiendo a todo momento que la música sería siempre la adecuada.

El popurrí no es algo que musicalmente haya sido inventado por Voulzy, pero tampoco es algo que de hecho este músico practicó. Dicho de otro modo, Voulzy no tomó un puñado de canciones y las yuxtapuso –como si lo han hecho miles antes y después de él–, sino que inventó una excusa más o menos creíble para que todos esos segmentos de obras ajenas se unan armoniosamente en una única estructura. Por supuesto que los segmentos son sustituibles (la canción tiene, al menos, tres reversiones posteriores en donde se agregan astillas de canciones de The Kinks, The Who, The Troggs, The Byrds y de muchos más), pero ello ha sido planteado por Voulzy como un detalle menor.

Lo más atractivo de la canción no es la facilidad con la que pasa del francés al inglés y del inglés al francés, sino que ese reconocimiento lo tiene más bien la referencia generacional. En efecto, esa alegría con la que “Rockollection” recrea toda una época a partir del empleo de algunos retazos culturales bien seleccionados, es algo que quien no vivió en esos años (o, más bien, quien no dejó que esos años vivieran en uno) probablemente no alcance jamás a sentir. El juego de palabras que dan forma al título es muy ilustrativo al respecto: “rock” hace referencia al “rock and roll”, un género de cuna anglosajona que durante la década de 1950 se universalizó, y “collection” es la palabra inglesa para referir a la “colección”, vale decir a un conjunto de objetos que se atesoran no azarosamente sino con un propósito determinado; al unir ambos términos, surge el neologismo “rockollection”, que tiene un parentesco muy familiar con “recollection”, palabra del idioma de Shakespeare que en nuestro español equivale a “rememoración”.

“Rockollection”, por tanto, es nostálgica. No fue Laurent Voulzy el único dueño del texto –ni del concepto– de “Rockollection”, también estuvo detrás Alain Souchon (es probable que de él vengan algunos motivos que aparecen en la letra, como el de la música del tenor vasco Luís Mariano que, según cuenta el narrador de la canción, era la favorita de los mayores de la época, algo que en la versión en español de “Rockollection”, una versión cantada en un español macarrónico, desaparece para poner en su lugar a la música del cantor de tangos argentino Carlos Gardel). Souchon y Voulzy, cuando compusieron la canción, acertadamente esquivaron la música francesa. Hubiese sido fácil contar en la década de 1970 una historia parecida a la contada, pero en lugar de hablar de Bob Dylan o de Donovan, citar a Brel, Ferrat, Gainsbourg o incluso a Dutronc; sin embargo “Rockollection” no lo hace, principalmente porque cuando la pieza fue creada todos esos personajes de la chanson française tenían una presencia muy constante en la radio y la televisión como para que alguien pudiera sentir nostalgia por ellos, pero también porque Voulzy y Souchon pretendieron mantener separada a la iniciación de la consagración, al aprendizaje de la maduración, a la tradición del rock foráneo de la cotidianeidad francesa.

Sólo en la última versión de “Rockollection” se aprecia un chispazo francés: no es Renaud, por suerte, el convocado, sino Michel Polnareff, autor de aquella hermosísima canción “L’amour avec toi”. Esa última versión de un clásico celebrándose a si mismo cuenta además con un excelente video: durante unos diecinueve minutos se ve a decenas de franceses, de diversas edades, géneros y razas, escolares, universitarios, obreros, oficinistas, esteticistas, deportistas, bailarines, todos dispuestos a cantar esta canción tan enteramente francesa.          

El viajero en el tiempo

En la música de Laurent Voulzy se aprecia el deseo de viajar en el tiempo. Pero dicho viaje, obviamente, no es espacial sino temporal. Es desde la memoria que el viaje acontece, ida y vuelta a la niñez, a la juventud o a la adultez.

Es por eso que la infancia en el Caribe o las alusiones a la Guadalupe de los ancestros es un tópico inteligentemente visitado por este autor: en “Le cœur grenadine” relata la historia de su madre inmigrante en París, con “Belle-Île-en-Mer, Marie-Galante” construye una oda a la famosa Isla de los Molinos y a “Amélie Colbert” la aprovecha para incluir unos versos en creole. Pero junto a ello, también está el juego con el presente, tal y como lo demuestra, por ejemplo, “Les nuits sans Kim Wilder”, una pieza de gran espíritu ochentista en donde Voulzy rinde homenaje a la cantante inglesa, quien en 1985 –el año en que fue compuesta la canción– gozaba de una enorme popularidad en el Hexágono (“Kids in America”, “Chequered love”, “Cambodia” y “Love blonde” fueron éxitos rotundos en Francia, pero no así en el resto del mundo).

Quizás no sea exagerado sostener que “Les nuits sans Kim Wilder” junto a “Bopper en larmes” y “Bubble star” son la trilogía que consagra a Voulzy como el quinto miembro de The Beatles. Pero un juicio como ese es algo que a Voulzy, probablemente, nunca le haya interesado escuchar, debido a que alguien como él difícilmente precise demostrarse a través de la creación de una canción particular su afinidad y cercanía a John Lennon o a George Harrison, a quienes podría llegar a percibirlos como a esos viejos compañeros de la escuela con los que se juntaba para hacer sus primeras obras. 

En el repertorio de este moreno guitarrista (gran admirador de Baden Powell, Hank Marvin y Alexandre Lagoya) se notan sus influencias, las cuales aparecen y reaparecen, a veces como ecos y otras veces como invocaciones: “My song of you” rinde un silencioso tributo a Paul McCartney y “La fille d’avril” homenajea, a su modo, a The Bee Gees.

Voulzy es, ante todo, un hacedor de melodías, un amante del detalle sonoro, un escultor de la armonía, pero es también un agradecido del sentimiento que las canciones transmiten. Ello se nota en los arreglos y retoques que se oyen en “Kilimandjaro”, la famosa canción de Pascal Danel que también lleva su impronta. Y es también en el disco La septième vague, una banda sonora para unas tranquilas y adultas vacaciones en la playa, donde Voulzy da muestra de su inmenso amor a la música fabricando sus propias versiones de algunos clásicos de la música contemporánea como “Smooth operator” de Sade, “The captain of her heart” de Double, “All I have to do is dream” de The Everly Brothers y “Everybody’s got to learn sometime” de The Korgis entre otros.

Un trovador eléctrico

En su último disco Voulzy, ya sexagenario, hace un nuevo viaje en el tiempo. Pero esta vez no reinventa su biografía sino que la excede: Lys & Love representa una aventura medieval pero protagonizada por un trovador que toca la guitarra eléctrica. No se trata de un disco conceptual, sino de una epopeya artística que se sitúa justo sobre la encrucijada en donde confluye la música, la literatura y la historia.
Heroicamente anacrónico, Lys & Love fusiona a la Francia de los señoríos con la Gran Bretaña de The Beatles, al canto gregoriano con las baladas pop, a las harpas con los samplers. El título de la obra es un brillante juego de palabras, ya que toma dos elementos tan propiamente medievales (la Flor de Lis, es decir el lirio convertido en emblema heráldico de los reyes franceses, y el Amor, motor espiritual de aquella era) y los ordena de una manera particular para que evoquen a esa década de 1960 a la que Voulzy tanto le debe.

La canción que abre al disco es “Le tableau”, una pieza que habla sobre un retrato en un clima que lleva desde la solemnidad del Louvre hacia un espacio en donde el viento sopla, los soldados visten jubones y el golpeteo de las herraduras de los caballos es algo cotidiano.

Charles d’Orléans, aquel famoso noble francés que sobrevivió veinticinco años de encierro en Inglaterra a base de poesía, se hace presente en el álbum de Voulzy a través de la canción “Ma seule amour”, la cual además incluye la colaboración de Roger Daltrey.

El valiente Príncipe de Sangre también aparece en “En regardent vers le pays de France”, canción que cuenta con Nolwenn Leroy como corista y que describe con versos en francés e inglés cuan poderoso es el vínculo entre los amantes. “C’était déjà toi”, forjando una atmósfera onírica, también versa sobre dos que se hacen uno.

“Jeanne”, bellísima, narra la historia de un amor tan real como improbable, pues lo que separa al hombre de la mujer es el detalle de 500 años fatalmente colocados como un obstáculo entre medio de los dos. “J’aime l’amour”, por su parte, celebra el amor en su forma cósmica, aquella que vuelve una cuestión de egoísmo a la desbordada pasión entre Tristán e Isolda o entre Lanzarote y Ginebra.  

Voulzy, dando pruebas de su maestría para la composición, no siente ningún temor a la hora de explorar las posibilidades sonoras que el mundo medieval recuperado en nuestros días contiene. Así “Our song” –cantada a dúo con Dawn Landes– revisa los límites del trip-hop cortesano, y “Glastonbury” musicaliza dulcemente la leyenda del Rey Arturo.  

Y es “La neuvième croisade” quizás lo más alucinante del Lys & Love. Con textos del sarraceno Abu Firas al-Hamdani –un poeta del siglo X de la era cristiana– y una combinación sonora que recuerda a Mike Oldfield, Voulzy propone un viaje a través del desierto, a través de médanos y dunas, más allá de los oasis, hacia el ombligo del mundo, hacia el corazón mismo de Tierra Santa, hacia la Francia actual. 

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